(Foto tomada de aquí.)
Lo bello no es lo bonito, como lo grandioso no es lo grande ni lo sublime lo catártico. Los valores estéticos los crea y reproduce la historia del arte. Y ahí, lo que no es creación de belleza genuina es pedagogía o divulgación de una historia estética. Actividad merecedora del mismo respeto que la enseñanza científica, en tanto que ésta es hija de la investigación creadora de ciencia. La admiración debe reservarse para los artistas que, además de técnica original, tienen el don de la creación. Sólo ellos gozan de "autoridad" estética, en tanto que son "autores" de algo bello. El tema puede ser vulgar, feo, grotesco o incluso repugnante, si, y sólo si, el artista lo expresa con belleza emotiva o descriptiva. La teoría del arte por el arte no deja de ser justificación de los que tienen más oficio artesanal que intuición creadora. Aparece en tiempos huérfanos de genios, y no tiene otro significado que el de afirmar la independencia de las motivaciones del artista. Pues referido a la obra, el arte por el arte carece de sentido. A no ser que pretenda reducirla a uno solo de sus componentes: la forma. ¡Como si fuera indiferente la idea expresada en imágenes y sensaciones, o la evocación de ese mundo completo que toda gran obra de arte crea!
El avance artístico se realiza, como el científico, a través de grandes descubrimientos, en tiempos de tránsito a otra escala de valores morales, cognitivos, ideológicos y estéticos. La época renacentista, que forjó los paradigmas modernos de la belleza, estuvo marcada por una crisis de las creencias religiosas, políticas y científicas. El arte bello nació, entre las ruinas de la fealdad del icono cristiano, con los descubrimientos de la perspectiva espacial, la razón de Estado y la Iglesia nacional. A la razón del arte se unió la razón en el arte. Ambas permitieron la irrupción de la belleza femenina en una cultura emergente de la dominada por el temor al infierno y a la mujer. Sin conocer la revolución del XV que transformó la artesanía en arte, y el arte en humanismo, no se puede calibrar el signo reaccionario de ese vanguardismo del XX que, con los talleres de arte, retornó al artista a su primera condición de artesano, y al objeto de arte, como en los primitivos ceramistas, a arte de objeto.
Lo bello no es lo bonito, como lo grandioso no es lo grande ni lo sublime lo catártico. Los valores estéticos los crea y reproduce la historia del arte. Y ahí, lo que no es creación de belleza genuina es pedagogía o divulgación de una historia estética. Actividad merecedora del mismo respeto que la enseñanza científica, en tanto que ésta es hija de la investigación creadora de ciencia. La admiración debe reservarse para los artistas que, además de técnica original, tienen el don de la creación. Sólo ellos gozan de "autoridad" estética, en tanto que son "autores" de algo bello. El tema puede ser vulgar, feo, grotesco o incluso repugnante, si, y sólo si, el artista lo expresa con belleza emotiva o descriptiva. La teoría del arte por el arte no deja de ser justificación de los que tienen más oficio artesanal que intuición creadora. Aparece en tiempos huérfanos de genios, y no tiene otro significado que el de afirmar la independencia de las motivaciones del artista. Pues referido a la obra, el arte por el arte carece de sentido. A no ser que pretenda reducirla a uno solo de sus componentes: la forma. ¡Como si fuera indiferente la idea expresada en imágenes y sensaciones, o la evocación de ese mundo completo que toda gran obra de arte crea!
El avance artístico se realiza, como el científico, a través de grandes descubrimientos, en tiempos de tránsito a otra escala de valores morales, cognitivos, ideológicos y estéticos. La época renacentista, que forjó los paradigmas modernos de la belleza, estuvo marcada por una crisis de las creencias religiosas, políticas y científicas. El arte bello nació, entre las ruinas de la fealdad del icono cristiano, con los descubrimientos de la perspectiva espacial, la razón de Estado y la Iglesia nacional. A la razón del arte se unió la razón en el arte. Ambas permitieron la irrupción de la belleza femenina en una cultura emergente de la dominada por el temor al infierno y a la mujer. Sin conocer la revolución del XV que transformó la artesanía en arte, y el arte en humanismo, no se puede calibrar el signo reaccionario de ese vanguardismo del XX que, con los talleres de arte, retornó al artista a su primera condición de artesano, y al objeto de arte, como en los primitivos ceramistas, a arte de objeto.
Por Pascual del Povil.
1 comentario:
Publicar un comentario